Vattimo: «La humanidad está espiritualmente satisfecha por la religión y el erotismo»
Precursor del pensamiento débil, figura indiscutible
de la filosofía, Gianni Vattimo reflexiona sobre el papel del pensador
en la sociedad actual en un libro publicado por Herder Editorial
Día 14/03/2012 - 16.22h
«Nihilista libertario», Gianni Vattimo (Turín, 1936) es una de las figuras clave de la posmodernidad.
Nunca ha creído en el poder, al que considera como «un azucarillo que
se disuelve en el vaso de sus propias contradicciones». Partidario del
«necesario compromiso» de los intelectuales, lector de Octavio Paz y de Eugenio Trías, Gianni Vattimo ya profetizó en esta entrevista en ABC hace más de dos décadas que Europa estallaría en conflictos si no aceptaba la diversidad de sus pueblos.
Su propuesta teórica, denominada pensamiento débil, le ha valido el reconocimiento mundial.
Colaborador habitual en varios medios italianos y extranjeros, ha sido
profesor en las universidades de Turín, Los Ángeles y Nueva York. Es
autor de una amplia producción ensayística, entre la que destacan
«Vocación y responsabilidad del filósofo» y «Comunismo hermenéutico» (en
colaboración con Santiago Zabala), obras de Herder Editorial.
He
aquí claves esenciales del pensamiento de Gianni Vattimo sobre la
función del hombre que se para a pensar extraídas de su nuevo libro:
¿Por qué y para qué filosofar?: «Estudié filosofía porque me sentía implicado en un proyecto de transformación del hombre, en un programa de emancipación. Es posible que esto se deba a mis orígenes proletarios: los proletarios no pueden creer en modificar realmente su propia vida si no modifican el mundo… Si se nace hijo de ricos abogados se puede decir sin esfuerzo moral: yo también quiero ser abogado. Pero uno que nace hijo de una madre viuda de un policía del sur está casi fatalmente inducido por la propia incomodidad social a proyectar una transformación radical».
¿Por qué y para qué filosofar?: «Estudié filosofía porque me sentía implicado en un proyecto de transformación del hombre, en un programa de emancipación. Es posible que esto se deba a mis orígenes proletarios: los proletarios no pueden creer en modificar realmente su propia vida si no modifican el mundo… Si se nace hijo de ricos abogados se puede decir sin esfuerzo moral: yo también quiero ser abogado. Pero uno que nace hijo de una madre viuda de un policía del sur está casi fatalmente inducido por la propia incomodidad social a proyectar una transformación radical».
La conciencia:
«Comencé a tomar conciencia de mí mismo cuando leía novelas de
aventuras a los doce años. La respuesta fue en ese momento muy simple:
comencé de inmediato a imaginarme envuelto en una empresa de dimensiones
histórico-emancipadoras, quería que venciera la república en 1946 y
quería que venciera la Democracia Cristiana en el 48. Tenía diez o doce
años, y no obstante me daba cuenta de que estaba en juego algo
importante en la Italia de aquellos años. Creo que podía ser, ante todo,
antes de la reconstrucción de la posguerra, el compromiso intensísimo
de las conciencias religiosas con el proyecto político: la Democracia
Cristiana era esto, en aquella época. Luego, naturalmente, se convirtió
en otra cosa, pero en aquella época la relación estaba muy clara».
La política de filósofo:
«La vocación a hacer política como filósofo, a perseguir la
emancipación como filósofo, y no como político especialista y
profesional, significaba para mí optar por una decisión en algún sentido
más universal, esto es, más indirectamente comprometida, con menos
resultados inmediatos de carácter político, legislativo, etcétera, pero
más educativa. En la opción de hacer política como filósofo interviene
mucho la pedagogía, la idea de educar a la humanidad, de promover la
transformación del hombre antes de la transformación de las
estructuras».
Perder el alma:
«He crecido siempre cultivando la frase evangélica “si no pierdes tu
alma, no la salvarás”. Me parece enfático decir “no vengo esta tarde,
porque de esas cosas no me ocupo, no forman parte de mi vocación”: es
como responder “usted no sabe quién soy yo”. No consigo nunca rechazar
un compromiso sin sentirme mal: digo “no puedo” solo cuando tengo otro
en aquel mismo momento, y por tanto me es imposible ir, pero no consigo
nunca decir “no es mi vocación, no es mi especialidad, etcétera”. Me
parece siempre excesivamente egoísta, demasiado solemne, y en parte
también ridículo. El especialismo en filosofía es en ciertas condiciones
defectuoso desde el principio, y en el fondo a esto me refiero hablando
de “perder el alma”».
Llenar los vacíos:
«Quien no hace filosofía es un hombre disminuido, un “despreciable
mecánico”. Todo esfuerzo de ver con tolerancia las demás condiciones
humanas me parece ligeramente hipócrita. Estoy convencido de que, en
definitiva, nadie puede seriamente “especializarse” a menos que tenga
presente la totalidad de la vida espiritual: esto es lo “filosófico” que
hay en la vida de todos. ¿Qué hace el comerciante de pollos cuando no
comercia con pollos? A veces pienso que la importancia del eros en la
vida de las personas está en el hecho de que llena exactamente esos
vacíos que no llena el trabajo. La filosofía es eso en lo que piensas
cuando no tienes nada específico en qué pensar…En este sentido quizá
hacer filosofía corresponde, más que a un talento o a una vocación, a un
defecto; o mejor, a la enfatización e institucionalización de un
defecto».
La supervivencia del espíritu:
«La vida de la mayor parte de la humanidad está espiritualmente
satisfecha por la religión y el erotismo: se mueve entre la
supervivencia del alma y supervivencia de la especie. A mí, en efecto,
me espanta a veces la estrechez de horizontes en la que se mueven
también mis reflexiones; yo mismo que predico “perder el alma” en
realidad hablo sólo de mí y de aquellos que ejercen oficios análogos o
diversos del mío: empleados estatales de otros departamentos, o bien
profesionales o también obreros de la Fiat. Estoy convencido de que
cuando hago filosofía hago un discurso que se refiere solo a un
determinado trozo del mundo, nada más».
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