Zabala Santiago Una filosofia debole Saggi in onore di Gianni Vattimo Traduzione dall'inglese di Lucio Saviani 510 pagine € 45.00 ISBN 978881160054-1 ![]() |
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Gianni Vattimo è uno dei filosofi più importanti sulla
scena internazionale. Le sue opere sono tradotte in tutto il mondo. Per
celebrare il suo percorso filosofico, pensatori come Umberto Eco,
Richard Rorty, Charles Taylor e molti altri hanno voluto dibattere i
temi da lui affrontati. Muovendo dal decostruzionismo di Derrida e
dall'ermeneutica di Ricoeur e sulla base della sua esperienza di uomo
politico, Vattimo si è interrogato sulla possibilità di parlare ancora
di imperativi morali, di diritti individuali e di libertà politica, e ha
proposto la filosofia di un pensiero debole che mostra come i valori
morali possano esistere senza essere garantiti da un'autorità esterna.
La sua interpretazione secolarizzante scandisce elementi anti-metafisici
e pone la filosofia in relazione con la cultura postmoderna.
Nel volume i contributi di Rüdiger Bubner, Paolo Flores d'Arcais, Carmelo Dotolo, Umberto Eco, Manfred Frank, Nancy K. Frankenberry, Jean Grondin, Jeffrey Perl, Giacomo Marramao, Jack Miles, Jean-Luc Nancy, Teresa Oñate, Richard Rorty, Pier Aldo Rovatti, Fernando Savater, Reiner Schrümann, James Risser, Hugh J. Silverman, Charles Taylor, Gianni Vattimo, Wolfgang Welsch, Santiago Zabala. |
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mercoledì 22 febbraio 2012
Una filosofia debole
giovedì 7 gennaio 2010
mercoledì 30 dicembre 2009
Savater sull'identità democratica
Ecco un articolo dell'amico Savater ispirato dal convegno Casa Europa, e in particolare dall'intervento di Leoluca Orlando:
Sobre la identidad democrática
Por Fernando Savater, escritor (EL PAÍS, 29/12/09):
El debate sobre la identidad francesa incitado por el presidente Sarkozy es un síntoma alarmante de cómo se están poniendo las cosas en nuestra Europa de los malentendidos. ¡Preocupación identitaria hasta en el último bastión republicano del radicalismo ilustrado! Si la sal pierde también el sabor… ¿con qué podremos devolvérselo? Probablemente, la mejor respuesta a quienes inquieren en qué consiste la identidad francesa es replicar: “En no hacer nunca preguntas como ésta”. Pero hemos llegado a tal punto que ya no podemos limitarnos a esa irónica contundencia. Es preciso intentar de nuevo dar otra vuelta de tuerca a la pedagogía cívica.
En el congreso Casa Europa, celebrado hace pocos días en Turín por inspiración de Gianni Vattimo, escuché una intervención interesante del ex alcalde de Palermo y actual parlamentario italiano Leoluca Orlando, titulada Identidad y convivencia. Sostuvo que en la UE es preciso dejar de hablar para bien o para mal de “minorías”, porque lo que cuenta es que todos formamos parte de la mayoría democrática igual en derechos humanos y garantías civiles. El reconocimiento político de “minorías” estereotipadas consagra una cultura de la pertenencia, según la cual los derechos dependen de la adscripción del ciudadano a tal o cual grupo identitari

Según mi interpretación, existe una diferencia esencial entre la diversidad de identidades discernibles en cualquiera de nuestras comunidades actuales y la identidad democrática que constituye el ADN del sistema político en que vivimos. Como ya he escrito en otro sitio (el curioso debe consultar el capítulo sexto de La vida eterna) el asunto se resume en la distinción entre ser y estar. Cada individuo configura lo que es de acuerdo a una gama más o menos amplia de identidades yuxtapuestas: algunas nos vienen impuestas por los azares de la biología, la geografía o la historia, mientras que otras provienen de elecciones más personales en el terreno de los afectos, las creencias o las aficiones. Hay cosas que somos desde la cuna y otras que preferimos o nos empeñamos en ser: ciertas identidades nos apuntan y al resto nos apuntamos. Sobre lo que cada cual es, cree que es o quiere ser poca discusión pública cabe. Se trata de una aventura personal mejor reflejada en obras autobiográficas como las Confesiones de san Agustín o de Rousseau, incluso en diarios como el de André Gide.
La identidad democrática, en cambio, no expresa tanto una forma de ser como una manera de estar. De estar junto a otros, para convivir y emprender tareas comunes, pese a las diferencias de lo que cada uno es o pretende ser.
El único requisito que se impone en democracia a las diversas identidades que se dan en ella es que no interfieran radical-mente con las normas que permiten estar juntos o imposibiliten su funcionamiento igualitario. Por ejemplo, la identidad francesa es, sin duda, parte de lo que los ciudadanos franceses son, pero hay muchas maneras de vivirla, sentirla y pensarla de acuerdo con el resto de los rasgos de identidad que cada cual considera suyos. Ya existen novelas o películas sobre esta diversidad, que unos viven como drama y otros como conquista (supongo que entre estos últimos habrá que incluir al propio presidente de ascendencia húngara y a su envidiablemente cosmopolita esposa).
No hay cánones definitivos para ser francés, pero sí para estar en Francia como ciudadano de una democracia avanzada. De modo que la pregunta interesante no indaga lo que significa ser francés, sino lo que exige ser ciudadano en Francia.
Lo mismo es válido para el resto de los países, desde luego. No son los minaretes ni los campanarios los que amenazan las libertades públicas, sino aquellos feligreses o dignatarios religiosos que ponen su pertenencia a una fe por encima de sus obligaciones con el sistema democrático que las permite convivir a todas sin desgarramientos ni indebidos privilegios. Frente a la cultura de la pertenencia -acrítica, blindada, basada en el sacrosanto “nosotros somos así”- está la cultura de la participación, cuyas adhesiones son siempre revisables y buscan la integración de lo diferente en lugar de limitarse a celebrar la unanimidad de lo mismo. A esta última, que respeta el ser de cada cual pero lo subordina en asuntos necesarios al estar juntos con quienes son de otro modo, es precisamente a lo que se llama laicismo.
Pero es importante destacar que el laicismo no sólo se refiere a las identidades religiosas: también ha de aplicarse ante otras de distinto signo, como las llamadas de género (refiriéndose al sexo, que es lo que tenemos los humanos a diferencia de los adjetivos y los pronombres) o a las de idiosincrasias nacionalistas. En el País Vasco, por ejemplo, las tímidas medidas que afortunadamente se van tomando para asentar por fin la maltrecha identidad democrática que allí nunca ha tenido verdadera vigencia tropiezan con la oposición de quienes se empeñan en verlas como agresiones a una supuesta “identidad vasca”, que ellos se han ocupado de diseñar como incompatible con la española y calcada de parámetros exclusiva y excluyentemente sabinianos. De modo semejante, se previene y desvaloriza en Cataluña la función del Tribunal Constitucional, cuya misión (hay que reconocer que cumplida por lo general sin excesivo lucimiento) supone precisamente la defensa del estar constitucional frente a formas de ser que impliquen desigualdades ofensivas o disgregaciones territoriales de la ciudadanía. No sólo son los obispos quienes pretenden que lo que ellos consideran pecado sea convertido en delito por la ley civil: también hay integrismos culturales o etnicistas que aspiran a imponer sus prejuicios irreversibles -”aquí somos así, hablamos así, etcétera…”- por la misma vía.
El problema de fondo es que las identidades particulares con las que cada uno definimos lo que somos gozan de una calidez entusiasta y egocéntrica a la que difícilmente puede aspirar la más genérica y compartida identidad democrática. Cada cual disfruta o padece (pero deliciosamente) su ser y sólo se resigna a estar con los demás. De ahí la importancia de una educación cívica, la denostada Educación para la Ciudadanía, que razone y persuada para la formación de un carácter verdaderamente laico en todos los aspectos. Ignoro si este objetivo es ahora alcanzable en nuestra era centrífuga, pero estoy convencido de que es deseable y hasta imprescindible dentro de una actitud progresista más allá de las habituales querellas entre izquierdas y derechas.
domenica 20 dicembre 2009
Il quieto fallimento dell'Europa
Ecco l'articolo che Fernando Savater ha pubblicato su La Stampa, tratto dalla relazione tenuta al nostro convegno "Casa Europa" ieri mattina.
Il quieto fallimento dell'Europa
Manca chi sappia condurla verso obiettivi ambiziosi
Manca chi sappia condurla verso obiettivi ambiziosi
FERNANDO SAVATER
In una delle opere più curiose e divertenti di Gioacchino Rossini, Il viaggio a Reims, un gruppo di cittadini di diverse nazioni europee che vogliono andare a Reims per un'importante incoronazione, si vedono costretti a sostare in una locanda e obbligati a una difficile
convivenza perché mancano i cavalli per continuare il viaggio. Mi sembra che questo libretto sia un'eccellente metafora «avant la lettre» della situazione di parziale smarrimento vissuta attualmente dall'Unione Europea. Ai paesi dell'Europa non rimane altro da fare che restare uniti di fronte ai molti e fondamentali temi di carattere sociale, culturale ed economico, ma non sembrano in grado di fare un ulteriore passo in avanti e di procedere insieme verso obiettivi più ambiziosi e, a lungo termine, ugualmente necessari. Mancano, a quanto pare, gli imprescindibili cavalli di progetti comuni, non puramente accessori, e di convinzioni e valori democratici condivisi.
La recente elezione di Herman van Rompuy e di Catherine Ashton alle più importanti cariche della Ue indica in modo chiaro che i nostri Stati non sono disposti a scommettere su una leadership davvero forte per impostare un lavoro comune. Per non ricordare, oltre tutto, che il procedimento di cooptazione, improntato ad accordi segreti, con il quale costoro sono stati designati, è profondamente lontano da qualsiasi tipo d'elezione diretta da parte dei cittadini: l'unico sistema, cioè, che avrebbe potuto instaurare un legame forte tra i cittadini dell’Europa e quanti, grazie a criteri improntati a trasparenza, siano chiamati a rappresentarli come membri d'una comunità unita di fronte alle istanze proposte dall'Europa. (...)
Per molti spagnoli della mia generazione è difficile non considerare questa situazione come un quieto fallimento: una frustrazione. Chi di noi è stato giovane durante la dittatura franchista aveva un entusiasmo europeista, forse ingenuo, riassumibile nel giudizio attribuito al filosofo Ortega y Gasset: «La Spagna è il problema, l'Europa la soluzione». In realtà questa soluzione sembra essersi fermata piuttosto lontano dalle migliori aspettative che in essa erano riposte. Oggi ci rendiamo conto che l'Europa, l'Unione Europea, è una soluzione: non, però, qualsiasi Europa e qualsiasi unione, ma una capace di mettere insieme condizioni che, attualmente, sembrano seriamente compromesse se non definitivamente abbandonate.
Continuo a credere che l'Europa alla quale aspirare sia quella che difende e rappresenta i cittadini, non i territori; quella che protegge i diritti politici (anche i doveri, naturalmente) e le garanzie giuridiche, molto più dei privilegi e delle vuote tradizioni delle quali ci si serve per nasconderli agli occhi degli stranieri; l'Europa che mantiene l'integrità degli stati di diritto democratici attualmente esistenti a fronte delle rivendicazioni etniche, sempre retrive e xenofobe, che mirano alla disgregazione; l'Europa della libertà che va di pari passo con la solidarietà, non chiusa a chi, spinto dalla persecuzione politica o dalle necessità economiche, bussa alla sua porta; non blindata nei suoi benefici, ma aperta: ansiosa di collaborare, aiutare e condividere. L'Europa dell'ospitalità razionale.
Questa Ue ha bisogno di europeisti militanti, capaci di contrastare la miopia dei politici europei. In tutti i paesi - l'abbiamo visto nella Repubblica Ceca e in altre nazioni dell'Est, ma anche in Inghilterra, Irlanda e persino in Francia - nascono leader e gruppi nazionalisti, fautori d'un protezionismo rigoroso verso l'esterno e d'un liberalismo assoluto all'interno, con una mentalità da autentici hooligans di valori ipostatici che si rinchiudono nell'inamovibilità dei loro atteggiamenti più escludenti per lasciare «fuori dalla festa» tutto quel grande Altro di cui hanno paura. Vale a dire europei intransigenti solo per quanto è utile ai loro stretti (e assai cristiani, questo sì) interessi. Un integralismo che definisce le radici dell'Europa in un modo selettivo, privilegiando la prospettiva più conservatrice ed emarginante invece d'una tradizione che è ricca proprio grazie alla polemica interna alle sue contraddizioni.
Ma esiste anche un altro pericolo: quello della leggerezza della buona coscienza multiculturale che si oppone al cristianesimo escludente non in nome del laicismo democratico, ma per sostenere altri dogmi religiosi che vogliono imporre una pretesa superiorità anche nei confronti delle leggi civili e persino della visione occidentale dei diritti umani. L'Europa a cui aspirare è quella nella quale le credenze religiose o filosofiche siano un diritto di ciascuno e un dovere per nessuno, meno che mai un obbligo generale della società come insieme. Uno spazio politico radicale e, di conseguenza, laico - che non vuoi dire antireligioso - nei quale le norme civili si elevino al di sopra di qualsiasi considerazione fideistica, etnica o culturale e dove esista una netta distinzione tra quello che alcuni considerano peccato e quello che tutti dobbiamo considerare reato.
Un'Europa il cui spazio accademico e universitario consenta la mobilità professionale di studenti e professori, ma con un'università non asservita a interessi di imprese, di rendite immediate. L'Europa del talento senza frontiere, non delle nomine e del lucro. Certo, abbiamo bisogno di cavalli che ci portino, ma anche di aurighi che sappiano sin dove vogliamo andare. Io credo che siamo ancora in tempo.

La recente elezione di Herman van Rompuy e di Catherine Ashton alle più importanti cariche della Ue indica in modo chiaro che i nostri Stati non sono disposti a scommettere su una leadership davvero forte per impostare un lavoro comune. Per non ricordare, oltre tutto, che il procedimento di cooptazione, improntato ad accordi segreti, con il quale costoro sono stati designati, è profondamente lontano da qualsiasi tipo d'elezione diretta da parte dei cittadini: l'unico sistema, cioè, che avrebbe potuto instaurare un legame forte tra i cittadini dell’Europa e quanti, grazie a criteri improntati a trasparenza, siano chiamati a rappresentarli come membri d'una comunità unita di fronte alle istanze proposte dall'Europa. (...)
Per molti spagnoli della mia generazione è difficile non considerare questa situazione come un quieto fallimento: una frustrazione. Chi di noi è stato giovane durante la dittatura franchista aveva un entusiasmo europeista, forse ingenuo, riassumibile nel giudizio attribuito al filosofo Ortega y Gasset: «La Spagna è il problema, l'Europa la soluzione». In realtà questa soluzione sembra essersi fermata piuttosto lontano dalle migliori aspettative che in essa erano riposte. Oggi ci rendiamo conto che l'Europa, l'Unione Europea, è una soluzione: non, però, qualsiasi Europa e qualsiasi unione, ma una capace di mettere insieme condizioni che, attualmente, sembrano seriamente compromesse se non definitivamente abbandonate.
Continuo a credere che l'Europa alla quale aspirare sia quella che difende e rappresenta i cittadini, non i territori; quella che protegge i diritti politici (anche i doveri, naturalmente) e le garanzie giuridiche, molto più dei privilegi e delle vuote tradizioni delle quali ci si serve per nasconderli agli occhi degli stranieri; l'Europa che mantiene l'integrità degli stati di diritto democratici attualmente esistenti a fronte delle rivendicazioni etniche, sempre retrive e xenofobe, che mirano alla disgregazione; l'Europa della libertà che va di pari passo con la solidarietà, non chiusa a chi, spinto dalla persecuzione politica o dalle necessità economiche, bussa alla sua porta; non blindata nei suoi benefici, ma aperta: ansiosa di collaborare, aiutare e condividere. L'Europa dell'ospitalità razionale.
Questa Ue ha bisogno di europeisti militanti, capaci di contrastare la miopia dei politici europei. In tutti i paesi - l'abbiamo visto nella Repubblica Ceca e in altre nazioni dell'Est, ma anche in Inghilterra, Irlanda e persino in Francia - nascono leader e gruppi nazionalisti, fautori d'un protezionismo rigoroso verso l'esterno e d'un liberalismo assoluto all'interno, con una mentalità da autentici hooligans di valori ipostatici che si rinchiudono nell'inamovibilità dei loro atteggiamenti più escludenti per lasciare «fuori dalla festa» tutto quel grande Altro di cui hanno paura. Vale a dire europei intransigenti solo per quanto è utile ai loro stretti (e assai cristiani, questo sì) interessi. Un integralismo che definisce le radici dell'Europa in un modo selettivo, privilegiando la prospettiva più conservatrice ed emarginante invece d'una tradizione che è ricca proprio grazie alla polemica interna alle sue contraddizioni.
Ma esiste anche un altro pericolo: quello della leggerezza della buona coscienza multiculturale che si oppone al cristianesimo escludente non in nome del laicismo democratico, ma per sostenere altri dogmi religiosi che vogliono imporre una pretesa superiorità anche nei confronti delle leggi civili e persino della visione occidentale dei diritti umani. L'Europa a cui aspirare è quella nella quale le credenze religiose o filosofiche siano un diritto di ciascuno e un dovere per nessuno, meno che mai un obbligo generale della società come insieme. Uno spazio politico radicale e, di conseguenza, laico - che non vuoi dire antireligioso - nei quale le norme civili si elevino al di sopra di qualsiasi considerazione fideistica, etnica o culturale e dove esista una netta distinzione tra quello che alcuni considerano peccato e quello che tutti dobbiamo considerare reato.
Un'Europa il cui spazio accademico e universitario consenta la mobilità professionale di studenti e professori, ma con un'università non asservita a interessi di imprese, di rendite immediate. L'Europa del talento senza frontiere, non delle nomine e del lucro. Certo, abbiamo bisogno di cavalli che ci portino, ma anche di aurighi che sappiano sin dove vogliamo andare. Io credo che siamo ancora in tempo.
sabato 12 dicembre 2009
"CASA EUROPA": Convegno internazionale a Torino, 18-19 dicembre 2009 (volantino e programma scaricabili)
CASA EUROPA
CASA EUROPA
Verso un nuovo modello di convivenza,
tra solidarietà e libertà

Convegno internazionale
Consiglio regionale del Piemonte – Palazzo Lascaris, Via Alfieri 15 (Torino)
Consiglio regionale del Piemonte – Palazzo Lascaris, Via Alfieri 15 (Torino)
Venerdì 18 dicembre 2009
ORE 15,00: “ATTUALITÀ E PROGETTUALITÀ DEL MODELLO EUROPEO”
Apertura dei lavori
Gianni Vattimo (Filosofo, Deputato al Parlamento europeo)
Relazioni
Umberto Morelli (Docente di Storia dell’integrazione europea, Università di Torino): “L’avanguardia europea, all’interno come all’esterno: il progetto politico e una nuova concezione della sicurezza”
Luciano Gallino (Sociologo, Università di Torino): “Riforma dell’architettura finanziaria: proposte non ortodosse per l’Unione europea”
Coffee break
Apertura dei lavori
Gianni Vattimo (Filosofo, Deputato al Parlamento europeo)
Relazioni
Umberto Morelli (Docente di Storia dell’integrazione europea, Università di Torino): “L’avanguardia europea, all’interno come all’esterno: il progetto politico e una nuova concezione della sicurezza”
Luciano Gallino (Sociologo, Università di Torino): “Riforma dell’architettura finanziaria: proposte non ortodosse per l’Unione europea”
Coffee break
ORE 16,30: “L’EUROPA CHE CI ATTENDE”
Relazioni
Sonia Alfano (Deputato al Parlamento europeo; diretta streaming): “Migliori e peggiori prassi: politica e giustizia, modello europeo e caso italiano”
Giorgio Schultze (Portavoce europeo della Marcia Mondiale per la Pace e la Nonviolenza, Movimento Umanista): “L’Europa rimossa: confini e conflitti. La chance del Mediterraneo”
Conclusioni di Antonio Di Pietro (Presidente dell’Italia dei Valori, Deputato al Parlamento italiano)
Dibattito
Sabato 19 dicembre 2009
ORE 9,00: “IL MODELLO EUROPEO TRA DIMENSIONE INTERNA E DIMENSIONE ESTERNA”
Relazioni
Mariacristina Spinosa (Consigliera Regionale del Piemonte): “L’Unione Europea come attore globale: politiche di sicurezza, democrazia e diritti umani”
Leoluca Orlando (Vicepresidente ELDR, Deputato al Parlamento italiano): “Identità e convivenza”
Dibattito e Coffee break
ORE 11,00: “LA SFIDA DELL’EUROPA”
Tavola rotonda
Gianni Vattimo (Filosofo, Deputato al Parlamento europeo)
Fernando Savater (Filosofo, Università dei Paesi Baschi)
Coordina Federico Vercellone (Filosofo, Università di Torino)
Dibattito
Ore 13,00: Chiusura dei lavori
***
La cittadinanza è invitata a partecipare
Organizzazione:
Segreteria di Gianni Vattimo in Italia
+39.338.1292352 +39.349.7841361
gianni.vattimo@europarl.europa.eu
http://www.giannivattimo.blogspot.com/
+39.338.1292352 +39.349.7841361
gianni.vattimo@europarl.europa.eu
http://www.giannivattimo.blogspot.com/
***
Cari amici,
È con vero piacere che invito voi tutti a partecipare a un convegno internazionale (con sede a Torino) da noi organizzato con il sostegno del gruppo Alde, l’Alleanza dei Liberali e dei Democratici per l’Europa, di cui l’Italia dei Valori e noi parlamentari europei eletti in quelle liste facciamo parte.
Si tratta di un convegno aperto (tutta la cittadinanza è invitata), di informazione e discussione sul tema del “modello europeo”. Il titolo “Casa Europa”, di gorbacioviana memoria, deriva da un articolo che scrissi per La Stampa il 31 maggio 2003, giorno nel quale (i tempi erano quelli dell’allargamento ai paesi dell’Est e della discussione sulla possibile costituzione europea) alcuni intellettuali europei (tra questi Habermas, promotore dell’iniziativa, Savater, Derrida, Eco, io stesso) pubblicavano, ciascuno su un grande organo di stampa del proprio paese, articoli ed editoriali sulla struttura e la vocazione “identitaria” dell’Unione europea a confronto con le istanze provenienti dal mondo della cultura e dalla società civile. Nel mio articolo discutevo questioni ancora di attualità, dall’allargamento alla Costituzione europea, dalla politica estera comunitaria alla “identità condivisa” eventualmente propria di quel progetto sempre in fieri (di una progettualità mai conclusa, per così dire) che è il processo d’integrazione europea.
Ci proponiamo allora, a sei anni di distanza, in occasione del Trattato di Lisbona e di una crisi economico-finanziaria senza precedenti, di riaggiornare quelle riflessioni, di pensare la specificità storica dell’Unione Europea e di valutare le potenzialità future del tanto declamato “modello europeo”. Un modello sempre (più) in bilico, per svariate ragioni; ma anche un modello che può tornare al centro della scena, quella continentale come quella internazionale, a patto che l’Europa riesca a compiere quel salto di qualità che in tempi ormai lontani, veri e propri alfieri del processo d’integrazione quali Altiero Spinelli invocavano per un futuro migliore, di pace, di convivenza libera e solidale. Quel salto di qualità che ancora oggi, l’Europa non ha compiuto, e che nell’attuale contesto globale, e forse è l’ultima occasione, è chiamata a compiere.
Ne discuteranno con voi, oltre al sottoscritto, intellettuali, militanti e rappresentanti politici che hanno a cuore il modello europeo, quello del passato, quello del presente e quello che verrà. Umberto Morelli, federalista, storico del processo d’integrazione europea, tratterà i temi dell’integrazione politica, e non solo economica, dell’Europa, nonché la novità rappresentata dal Trattato di Lisbona in tema di politica estera e di sicurezza comune, destinata a diventare una politica di solidarietà tra gli stati membri e di promozione dei diritti umani e dello sviluppo anche all’esterno. Un tema, quello dell’Europa come attore globale, sul quale tornerà Mariacristina Spinosa, consigliera regionale del Piemonte, impegnata dal basso, per così dire, a promuovere quelle stesse politiche delle quali l’Europa di Lisbona dovrà farsi protagonista sulla scena globale.
A Luciano Gallino, sociologo noto a voi tutti, spetta il compito di riflettere sulla riforma dell’architettura finanziaria internazionale, e sul contributo che un’Europa più coraggiosa, rispetto a quella che affronta timorosa i guasti della crisi economica e con maggior timore ancora le questioni dell’ordine economico internazionale, potrà dare alla risoluzione degli squilibri globali. Giorgio Schultze, portavoce della Marcia Mondiale per la Pace e la Nonviolenza, discuterà delle prospettive di un’integrazione più ampia e solidale, che coinvolga l’area mediterranea, e dei conflitti che in essa si svolgono, che l’Europa tende colpevolmente a lasciare ai suoi margini.
Sonia Alfano, deputata europea, tratterà il tema delle migliori prassi, uno dei cardini del modello europeo (almeno tale dovrebbe essere), e in particolare la questione dei rapporti tra politica e giustizia, facendo riferimento al triste caso italiano e al contributo che l’Europa può fornire per un’Italia che non solo non fa onore al continente, ma che anzi è in grado di minare alle fondamenta il processo stesso di coesistenza europea. Ad Antonio Di Pietro toccherà il compito di riflettere sull’”Europa che ci attende” (o forse non ci attende), sull’Europa che chiama l’Italia, come ogni altro suo paese membro, a un’assunzione di responsabilità nei confronti degli impegni che il nostro paese ha accettato di onorare fondando la nuova entità politica europea. Del modello europeo, di un modello che deve coniugare in modo nuovo l’identità del continente europeo e le esigenze sempre più complesse di una convivenza sempre più problematica, discuterà Leoluca Orlando, vicepresidente del Partito europeo dei Liberali, Democratici e Riformatori. Una convivenza difficile, che tuttavia l’Europa deve necessariamente garantire adottando standard sociali elevati, nei confronti di chi già abita la casa europea come in quelli di coloro che sono, e saranno, i nostri nuovi inquilini, provenienti da altri paesi.
La tavola rotonda (coordinata dal filosofo e amico Federico Vercellone) che animerò con Fernando Savater, filosofo di fama internazionale e attento “osservatore partecipante” del progetto d’integrazione europea, verterà sul tema della sfida, del coraggio. Il coraggio di un’Europa che deve guardare al futuro, più che al passato, che sappia lasciarsi alle spalle le tradizionali diatribe sulle origini e adotti un atteggiamento responsabile nei confronti del mondo che verrà. Un’Europa che sappia rispondere con lungimiranza ed efficacia alle aspettative di tutti noi, che svolga, perché no, una vera e propria funzione di avanguardia, anche in campo internazionale. Un’Europa che sappia essere “casa”, aperta agli altri cittadini della città mondiale. Una casa che spinga il mondo attuale a trarre esempio di quanto di buono in essa, e per suo tramite, può accadere non solo per i suoi ma per tutti gli abitanti della società globale; una casa di cui il mondo futuro che vogliamo, un mondo di cittadini responsabili, possa essere fiera.
È con vero piacere che invito voi tutti a partecipare a un convegno internazionale (con sede a Torino) da noi organizzato con il sostegno del gruppo Alde, l’Alleanza dei Liberali e dei Democratici per l’Europa, di cui l’Italia dei Valori e noi parlamentari europei eletti in quelle liste facciamo parte.
Si tratta di un convegno aperto (tutta la cittadinanza è invitata), di informazione e discussione sul tema del “modello europeo”. Il titolo “Casa Europa”, di gorbacioviana memoria, deriva da un articolo che scrissi per La Stampa il 31 maggio 2003, giorno nel quale (i tempi erano quelli dell’allargamento ai paesi dell’Est e della discussione sulla possibile costituzione europea) alcuni intellettuali europei (tra questi Habermas, promotore dell’iniziativa, Savater, Derrida, Eco, io stesso) pubblicavano, ciascuno su un grande organo di stampa del proprio paese, articoli ed editoriali sulla struttura e la vocazione “identitaria” dell’Unione europea a confronto con le istanze provenienti dal mondo della cultura e dalla società civile. Nel mio articolo discutevo questioni ancora di attualità, dall’allargamento alla Costituzione europea, dalla politica estera comunitaria alla “identità condivisa” eventualmente propria di quel progetto sempre in fieri (di una progettualità mai conclusa, per così dire) che è il processo d’integrazione europea.
Ci proponiamo allora, a sei anni di distanza, in occasione del Trattato di Lisbona e di una crisi economico-finanziaria senza precedenti, di riaggiornare quelle riflessioni, di pensare la specificità storica dell’Unione Europea e di valutare le potenzialità future del tanto declamato “modello europeo”. Un modello sempre (più) in bilico, per svariate ragioni; ma anche un modello che può tornare al centro della scena, quella continentale come quella internazionale, a patto che l’Europa riesca a compiere quel salto di qualità che in tempi ormai lontani, veri e propri alfieri del processo d’integrazione quali Altiero Spinelli invocavano per un futuro migliore, di pace, di convivenza libera e solidale. Quel salto di qualità che ancora oggi, l’Europa non ha compiuto, e che nell’attuale contesto globale, e forse è l’ultima occasione, è chiamata a compiere.
Ne discuteranno con voi, oltre al sottoscritto, intellettuali, militanti e rappresentanti politici che hanno a cuore il modello europeo, quello del passato, quello del presente e quello che verrà. Umberto Morelli, federalista, storico del processo d’integrazione europea, tratterà i temi dell’integrazione politica, e non solo economica, dell’Europa, nonché la novità rappresentata dal Trattato di Lisbona in tema di politica estera e di sicurezza comune, destinata a diventare una politica di solidarietà tra gli stati membri e di promozione dei diritti umani e dello sviluppo anche all’esterno. Un tema, quello dell’Europa come attore globale, sul quale tornerà Mariacristina Spinosa, consigliera regionale del Piemonte, impegnata dal basso, per così dire, a promuovere quelle stesse politiche delle quali l’Europa di Lisbona dovrà farsi protagonista sulla scena globale.
A Luciano Gallino, sociologo noto a voi tutti, spetta il compito di riflettere sulla riforma dell’architettura finanziaria internazionale, e sul contributo che un’Europa più coraggiosa, rispetto a quella che affronta timorosa i guasti della crisi economica e con maggior timore ancora le questioni dell’ordine economico internazionale, potrà dare alla risoluzione degli squilibri globali. Giorgio Schultze, portavoce della Marcia Mondiale per la Pace e la Nonviolenza, discuterà delle prospettive di un’integrazione più ampia e solidale, che coinvolga l’area mediterranea, e dei conflitti che in essa si svolgono, che l’Europa tende colpevolmente a lasciare ai suoi margini.
Sonia Alfano, deputata europea, tratterà il tema delle migliori prassi, uno dei cardini del modello europeo (almeno tale dovrebbe essere), e in particolare la questione dei rapporti tra politica e giustizia, facendo riferimento al triste caso italiano e al contributo che l’Europa può fornire per un’Italia che non solo non fa onore al continente, ma che anzi è in grado di minare alle fondamenta il processo stesso di coesistenza europea. Ad Antonio Di Pietro toccherà il compito di riflettere sull’”Europa che ci attende” (o forse non ci attende), sull’Europa che chiama l’Italia, come ogni altro suo paese membro, a un’assunzione di responsabilità nei confronti degli impegni che il nostro paese ha accettato di onorare fondando la nuova entità politica europea. Del modello europeo, di un modello che deve coniugare in modo nuovo l’identità del continente europeo e le esigenze sempre più complesse di una convivenza sempre più problematica, discuterà Leoluca Orlando, vicepresidente del Partito europeo dei Liberali, Democratici e Riformatori. Una convivenza difficile, che tuttavia l’Europa deve necessariamente garantire adottando standard sociali elevati, nei confronti di chi già abita la casa europea come in quelli di coloro che sono, e saranno, i nostri nuovi inquilini, provenienti da altri paesi.
La tavola rotonda (coordinata dal filosofo e amico Federico Vercellone) che animerò con Fernando Savater, filosofo di fama internazionale e attento “osservatore partecipante” del progetto d’integrazione europea, verterà sul tema della sfida, del coraggio. Il coraggio di un’Europa che deve guardare al futuro, più che al passato, che sappia lasciarsi alle spalle le tradizionali diatribe sulle origini e adotti un atteggiamento responsabile nei confronti del mondo che verrà. Un’Europa che sappia rispondere con lungimiranza ed efficacia alle aspettative di tutti noi, che svolga, perché no, una vera e propria funzione di avanguardia, anche in campo internazionale. Un’Europa che sappia essere “casa”, aperta agli altri cittadini della città mondiale. Una casa che spinga il mondo attuale a trarre esempio di quanto di buono in essa, e per suo tramite, può accadere non solo per i suoi ma per tutti gli abitanti della società globale; una casa di cui il mondo futuro che vogliamo, un mondo di cittadini responsabili, possa essere fiera.
Gianni Vattimo
(Per stampare locandina e programma del convegno, cliccate su "view mode" e selezionate "book")
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