Por Paola Villamarín, El Tiempo
Entrevista con Gianni Vattimo, uno de los grandes filósofos, quien vino a Bogotá a dictar una serie de conferencias.
Gianni Vattimo |
–¿Qué
lo hace feliz?
–¡No
ser estúpido! –responde sin pensarlo, como si fuera un acto reflejo, el
filósofo italiano Gianni Vattimo, discípulo de Hans-Georg Gadamer, estudioso de
Heidegger y Nietzsche, creador del concepto de ‘pensamiento débil’ y diputado
de la Unión Europea.
Pero
hay algo que lo hace mucho más feliz –reconoce después, cuando alguien le
recuerda que en su conferencia en el auditorio León de Greiff de la Universidad
Nacional, en Bogotá, el aforo estaba al máximo: 1.625 personas lo escuchaban
embelesadas–. Para Vattimo, uno de los grandes pensadores del mundo
contemporáneo, la felicidad es poder presentarse ante la gente, con su carisma,
con sus ironías, con sus frases políticamente incorrectas, para decir lo que
piensa sobre lo divino y lo humano.
“Para
mí, estas son las últimas orgías que puedo hacer –dice Vattimo, de 77 años–. Es
un acto erótico y menos peligroso. Es que el narciso comanda, pero soy un
narciso no tan agresivo. Gadamer me decía que teníamos algo en común: ‘Somos
unos histriones, unos saltimbancos’. Eso somos los filósofos”.
Gay,
comunista y católico, Vattimo vino a Bogotá a dictar una serie de conferencias
en las universidades Nacional y Sergio Arboleda, y en la Biblioteca Luis Ángel
Arango. Esto habló con EL TIEMPO.
Usted, que ha venido mucho a América Latina,
dice que el futuro de la nueva Europa está aquí. ¿A qué se refiere?
Creo
que la Unión Europea (UE) sufre por la falta de un partner que no sea Estados
Unidos. Sobre todo con la participación de Inglaterra, que es una suerte de
agencia de los Estados Unidos en la UE. No es un drama. Italia siempre ha sido
una colonia estadounidense después de la II Guerra Mundial. Me refiero a que
para crear una política autónoma de la UE se necesita un balance diferente del
poder mundial, y eso lo puede hacer Latinoamérica. Sería bueno que hubiera más
presencia internacional de América Latina. Obviamente esto implica todo un
problema de cómo se distribuye el poder, quién va a comandar, etc.
¿Quién lo hará después de la muerte de Hugo
Chávez?
Argentina
y Brasil liderarán. Y espero que también Venezuela, que sigue teniendo un
aliado muy grande: el petróleo. Paradójicamente, tener petróleo puede ser
bastante desafortunado. Italia no es objeto de guerra porque no tiene petróleo.
¿Y cómo ve a su país?
Tengo
miedo de que en el próximo verano u otoño vayamos a tener en Italia una
guerrilla urbana porque la gente no puede tolerar toda esta situación. Ahora
nos han distraído con las elecciones y algunos sindicatos están muy enfadados. O
cambian las reglas europeas –esta idea de la austeridad– y Alemania se vuelve
un poco solidaria, o si no, va a desarrollarse la guerrilla, una situación de
inestabilidad social que dará lugar a un fascismo, a un gobierno autoritario. Tengo
miedo de que esto vaya a pasar. Espero no ser un buen profeta.
¿Es completamente pesimista?
No
espero una crisis profunda ni una revolución, pero sí que los italianos
interpreten la crisis en un sentido transformador. Hay alguna resistencia
popular a estas medidas y algo puede cambiar. Y esto no pasa solo en Italia.
Pero la actitud de la gente hoy en Europa frente a las medidas de la austeridad
es pasiva y pesimista. Nos han convencido de que si nos movemos un poco, todo
se va a salir de curso. Incluso, políticamente parece que nada podemos hacer.
Básicamente, no hay alternativa. No hay mucha movilización. Somos como niños
bien protegidos a los que sus padres no les dejan abrir la ventana porque no
saben qué van a ver.
Cómo calificaría estos tiempos. ¿De
infelices?
Yo me
siento muy feliz. Pero estamos en un tiempo donde Heidegger habla del hecho de
que se olvida al ser. Yo tengo la impresión de que olvidar el ser en estos
tiempos significa olvidar el acontecimiento. No acontece nada. El papa no puede
cambiar nada. ¡A donde yo viajo siempre hace la misma temperatura! El ser sería
justamente una transformación revolucionaria, no necesariamente política, sino
en el arte. Lastimosamente los que creen que hay mucho de nuevo en el arte son
los mercantes. Pero el arte no llega al alma, no produce nada.
¿Y la felicidad del individuo?
Cuando
miro algunos aspectos de la existencia, pienso que afortunadamente aún existe
la perversión. Es algo que no es previsible. La sexualidad, ese “sucio pequeño
secreto”, como lo llamaba Deleuze, es el único territorio donde alguien puede
tomar actitudes relativamente diferentes; en la economía hacemos todo lo que
está previsto por las estadísticas.
¿O sea, la sexualidad es el lugar de la
rebeldía?
Foucault
estudió muchísimo la historia de la sexualidad. Al final escribió un libro
sobre la cura de sí mismo. Lo que significa más o menos: la única ética que
podemos imaginar es la construcción de modelos personales que respeten
obviamente a los otros, pero que se presenten como modelos originales. Es el
último refugio del acontecimiento. ¿Dónde acontece algo? Justamente en lugares
extraños donde tienes todavía la posibilidad de decidir si quieres acostarte
con un señor o con un caballo, por ejemplo.
¿Y el amor dónde queda?
El amor
tiene otro aspecto de la impredecibilidad. No sé si el odio guarda la misma característica
de excepcionalidad. Podría ser. En la novela del siglo XVIII y del XIX el
acontecimiento era que el rey se enamorara de una prostituta marginal.
Cambiemos de tema, ¿cuál debe ser el papel
del filósofo hoy?
La
filosofía es una institución europea. Lo mejor que puede hacer es enseñar a no
creer en nada, a debilitar los absolutos. La verdad, no sé qué tiene que hacer,
pero sí sé lo que no tiene que hacer. No tiene que ser un filósofo analítico
norteamericano que sigue discutiendo problemas de lógica que entienden solo
otros lógicos. Los filósofos anglosajones son las personas más inútiles y
obviamente no son peligrosos. Se trata de crear filósofos peligrosos hoy, que
en el sistema aparecen como terroristas, como creadores del desorden. Yo soy un
partidario del desorden: entre más desorden, más felicidad.
Usted ha sido eurodiputado en dos
oportunidades. ¿Para qué le ha servido ser filósofo en política?
Básicamente,
para ser elegido. Como filósofo soy más eficaz en la campaña electoral que en
el trabajo normal del Legislativo, pues no tengo muchas competencias. Soy
miembro de la comisión de cultura, donde intento defender las ciencias humanas.
¿Qué están discutiendo?
El
derecho de autor, entre otras cosas. La posibilidad de hacer circular textos,
filmes y músicas en la red. Determinar quién es el dueño y quién debe pagar.
¿Y cuál es la reflexión filosófica al
respecto?
Cuando
pienso en los problemas de autor con las nuevas tecnologías intento
interpretarlos muy marxísticamente: el hecho de que el desarrollo de los medios
de producción implica una transformación de las relaciones de producción; es
decir, hay una situación en la que no se puede hablar más de propiedad privada.
Si cambian las tecnologías quizá también pueden cambiar las relaciones legales
entre los dueños y los usuarios.
¿O sea, se privilegiaría lo colectivo?
Absolutamente.
Se trata de imaginar un respeto de los autores que no implique una clausura de
la posibilidad de la circulación. No solo está en juego el derecho de autor,
sino las patentes farmacéuticas y científicas.
¿Qué piensa de las nuevas tecnologías?
Como
filósofo me he ocupado bastante poco de eso, pero desde el sentido ontológico
del ser, me parece un desarrollo interesante. Me interesa la disminución de la
presencia pura en favor de una presencia virtual. Derrida pensaba, o por lo
menos esa es mi interpretación, en la disminución del peso de la presencia
física de las personas. A mí esto siempre me interesó porque soy un poco
hegeliano: la historia es la historia del espíritu (que significa también una
virtualización). Lo paradójico es que yo puedo hablar por Skype con alguien que
viva incluso en el Polo Sur, pero siempre buscaré la cara. Los dispositivos
intentan reproducir la presencia. Hay una transformación, pero no se olvida completamente
la presencia.
¿Y el uso erótico de los computadores?
Me
interesa mucho como reflexión. Y me pregunto: ¿El computador nos interesa
porque evoca más o menos realísticamente la presencia, o porque es una
experiencia diferente? Es como la diferencia entre el teatro y el cine. Al
comienzo, el cine parecía una manera de fotografiar el teatro. Después sucedió
algo diferente.
La idea
que desarrollé en una de mis conferencias en Bogotá fue cómo hoy se devalúa la
presencia, la fuerza individual, y dependemos más de un mundo de relaciones,
devenimos más como relación que como objeto.
Nessun commento:
Posta un commento