Gianni Vattimo, Adiós a la verdad, Gedisa, Barcelona, 2010, 159 págs., traducción de María Teresa d’Meza.
Daniel Gamper, La Vanguardia, 26 gennaio 2011
La posmodernidad hace de su debilidad virtud. En este breve ensayo, Vattimo (Turín, 1936) reasigna las tareas de un pensamiento que se quiera coherente con su época: la verdad objetiva es un mito que ha estado siempre al servicio de los poderosos; la religión debe relativizarse para cumplir con su apostolado caritativo; y la filosofía no tiene otra alternativa que acomodarse a la ausencia de fundamentos propia de la sociedad plural tardomoderna.
Frente a la habitual caricatura del pensamiento débil, en Adiós a la verdad hallamos una defensa razonada de las coordenadas que deben guiar a la filosofía una vez abandonadas sus pretensiones de universalidad, a saber, el horizonte de la justicia y de la emancipación. Pero, ¿por qué hay que renunciar a la verdad? En su respuesta, Vattimo bebe profusamente del pensamiento de Heidegger, siguiendo en esto a su maestro Hans-Georg Gadamer en la tarea de urbanización de la provincia heideggeriana. La tesis básica es la siguiente: los hechos en los que nos apoyamos para defender la verdad de nuestros enunciados son siempre fruto de una elección guiada por intereses concretos, nunca realidad pura a la que se pueda acceder sin intermediarios. Esto, según Vattimo, vale también para la ciencia. Quien afirma lo contrario es un demagogo que defiende su particular concepción de lo que está bien y pretende imponer su voluntad de poder.
Esto no supone la desaparición de la realidad, sino más bien el reconocimiento de que cuando buscamos la verdad de los hechos (por ejemplo, el número de víctimas de los horrores del totalitarismo) no pretendemos “hacer valer la objetividad en cuanto tal sino el derecho de todos los que sufrieron o sufren hasta ahora”. La verdad es pues subsidiaria de la justicia, y la epistemología, de la política.
En esto entronca Vattimo con Rorty, que también postuló la prioridad de la democracia sobre la filosofía, el primado de la solidaridad sobre la objetividad. El filósofo, en este nuevo paisaje, ha perdido el aura de respetabilidad del intelectual consejero de príncipes. Ahora es más bien asimilable a un “sacerdote sin jerarquía” o un “artista callejero” que intenta construir una continuidad en el modo en que la comunidad se entiende a sí misma.
1 commento:
Me gustaría saber si hay algún sitio donde se esten pensando las implicaciones de "Adiós a la verdad"
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